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Luis Javier Álvarez Alfeirán

Aprender de la historia, no condenarla



“¿A dónde vamos a parar?, ¿con esta hiriente y absurda actitud?”, este fragmento de una popular melodía, del cantautor Marco Antonio Solís “El Buki”, es una pregunta que cada día nos hacemos con más frecuencia, viendo cómo se condena todo en aras de lo “políticamente correcto”; a esta sentencia no se salvan ni siquiera los personajes de caricatura, que hoy buscan también censurarse.


Uno de los grandes errores a los que los historiadores se enfrentan constantemente es al del juicio de los acontecimientos bajo los criterios del presente y no bajo los del contexto histórico al que pertenecen. Decía Marc Bloch (1886-1944): “Un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento”, por lo tanto, es lamentable que bajo los fundamentalismos modernos, se condene a Pepe LePew, como acosador, a Don Gato, como pandillero, a Speedy González, como una tipificación despectiva del mexicano; y a tantos otros personajes que, en su momento, abrieron a los niños, el panorama de un mundo que se hacía más cercano.


Bajo esta perspectiva, una de las grandes comedias de México, El Chavo del 8, sería censurada también, por mostrar el acoso de la bruja del 71 sobre Don Ramón, el maltrato del propio Don Ramón sobre el Chavo y el bullying hacia Quico, Ñoño o el señor Barriga. Sería absurdo cuando se trata de una comedia sana e inocente, hecha en un contexto social muy distinto al actual. La sátira y la comedia, que desde los griegos han formado parte de la cultura del ser humano, hoy, están bajo asedio del radicalismo ideológico.


Ya nos decían Gabriela Monroy y Roberto Sánchez Valencia, en su libro El Encantador de almas1, que “es legítimo el uso del término fundamentalismo, con dimensiones historiográficas, en tanto que pueda describir acontecimientos de diferentes épocas a lo largo y ancho del planeta” (p.15) y no sólo a intransigencias de corte religioso, como ha sucedido recientemente con los fundamentalismos del extremismo musulmán.


Hoy, por ejemplo, los llamados movimientos feministas, aquellos que usan la anarquía y la violencia para imponer sus postulados –en contraposición de un feminismo que sí busca reivindicar el papel de la mujer en la sociedad por medio de las ideas–, quieren forzar a la sociedad a tener por válida únicamente su versión de una libertad, pero que carece de responsabilidad; una apología del “hacer lo que me da la gana” sin tomar en cuenta las reglas morales, cívicas y sociales; se condena equivocadamente al hombre por ser hombre, encasillándolo, de forma genérica, en un papel de abusador y haciéndolo con las mismas formas y métodos que dan origen a sus movimientos.


Estas expresiones fundamentalistas no son exclusivas de estos grupos feministas, las vemos en otros ámbitos de la política y la sociedad, se respira un aire de revanchismos, de venganza; es decir, si fui objeto de abuso y ahora tengo poder, entonces me toca ser el abusador, con lo cual, hemos dejado de aprender de la historia.


Los argumentos parecen carecer de peso ante el uso de la fuerza, pero alguien dijo alguna vez “la violencia es la prostituta del débil”; cuando no cuento con los argumentos necesarios asistidos por la razón, entonces impongo mi voluntad a la fuerza, convirtiendo la autoridad en autoritarismo.


La idea y el valor propio de la persona es espiritual y racional, decía el filósofo alemán Max Scheler y parece que, en los tiempos modernos, se quiere renunciar a ambas dimensiones; la consecuencia de ello es la animalización del ser humano, sucumbiendo ante sus más primitivos instintos. La vida de los demás no importa mientras que la propia esté bien; lo valores son subjetivos y, por lo tanto, útiles mientras me satisfagan; la cultura es cosa del pasado, la religión, ni se diga, … Así, el egoísmo se va imponiendo en la cultura social, como un camino que no tiene otro destino que el abismo de la soledad y el vacío, porque nuestra naturaleza humana no es compatible con ello, ya que el ser humano aspira siempre a verdades más trascendentales; el verdadero camino del ser humano es otro más profundo y gratificante, como lo dice Alfonso López Quintás: “Siempre pensé que los seres humanos estamos destinados a la bondad, no a la maldad; a la colaboración, no a la lucha; a la unidad, no a la escisión; al amor oblativo, no al odio, pues en el amor, la unidad, la colaboración y la bondad consiste nuestra verdad de hombres”.


Es necesaria, por tanto, una renovación profunda del ser humano, para entender su esencia fundamental, con la mirada puesta más allá del propio yo, pues en el reflejo de los demás nos damos cuenta de nuestras posibilidades y limitaciones, nos complementamos y entendemos que sólo podemos crecer como personas con ayuda de otros, los de hoy y los de ayer. La historia nos ofrece esa posibilidad, no la condenemos, aprendamos de ella.




Luis Javier Álvarez Alfeirán

lalvarez@cordonbleu.edu

twitter: @DirectorLCBMx

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