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Foto del escritorRedacción Relax

Asimov, un controvertido visionario



Durante los últimos años, hemos visto una verdadera revolución tecnológica, que ha permeado casi cualquier contexto. Por lo cual, los hábitos humanos se han visto transformados por los sorprendentes avances, en una atmósfera donde nada parece imposible.


Sin importar la velocidad con la que se hayan dado estos progresos, cabe decir que son la suma de enormes esfuerzos de años de investigación y de muchos científicos y expertos que, movidos por la inquietud de descubrir más allá, de traspasar límites y de proponer una serie de invenciones, han sido fuente de controversia o de inspiración para las siguientes generaciones, quienes tomaron estos conocimientos como base para sus proyectos; y que, además, han sido producto de la visión de hombres adelantados a su tiempo, que no titubearon para exponer sus ideas sobre el futuro.


Uno de esos hombres fue el escritor y profesor ruso Isaac Asimov, célebre por sus numerosas obras de ciencia ficción y de divulgación científica, quien ha sido obligada referencia de escritores, cineastas y hasta de expertos de múltiples disciplinas, tanto por la narrativa de sus libros como por sus argumentos en torno a la humanidad. En este espacio, rescatamos su opinión sobre el género de la ciencia ficción y sobre el mundo del futuro.


Un espejo en evolución


Hace 33 años, en entrevista con el periodista Bill Moyers, quien conducía el programa World of ideas, el multifacético Asimov dejó en claro que toda la literatura es ficción, historias que, además de entretener, permiten al lector verse a sí mismo y despiertan algo en él; y que la diferencia de ésta con la ciencia ficción es que la segunda crea una sociedad artificial en la que retrata los eventos, permite al lector verse a sí mismo en contra de dicha colectividad y apreciar a la gente de una forma distinta, algo que, consideraba en esa ocasión, era inconcebible en la realidad.


Respecto a la escritura y su objetivo de despertar algo más en el lector, Asimov señalaba que lo suyo era un intento, pues se requería ser un hombre de “al menos la mitad de William Shakespeare”, otorgándole al dramaturgo un mayúsculo crédito, y, quizá, demeritando un poco sus propias obras, aunque se contaban por centenares. No se sentía exitoso y advertía que, por ello, escribía ciencia ficción, porque, además de que le permitía escribir con un estilo diferente, le facilitaba tocar puntos que, de otra manera, no podría, refiriéndose, sin duda, a sus conceptos muy particulares para apreciar a la ciencia.


Al comentario del entrevistador, sobre que la ciencia ficción tenía la particularidad de anticipar cambios al lector, que, aunque sean inevitables, no son concebibles; esto, en alusión a la vida y los hábitos humanos, Asimov reconoció que, a lo largo de la historia, la sociedad está evolucionando, que la tasa de cambio se había acelerado y que un cambio siempre precede a otro. Esta continuidad, explicó, hizo que las personas se percataran de que dichas modificaciones seguirían después de su existencia, y, por tanto, esta inquietud despertó su curiosidad, dando pie a la ciencia ficción, porque la gente supo que moriría antes de ver las transformaciones.


El internet y el aprendizaje


En ese entonces (1988), el internet cumplía tres decenios de haberse vislumbrado y sólo unos años de haber nacido como concepto. En 1989, según la historia de la red, se tenían cien mil computadoras conectadas en todo el mundo, no obstante, Asimov parecía saber el destino de esta tecnología, el servicio y facilidades que supondría, al exponer “… una vez que tengamos conexiones de computadoras en cada casa, cada una de ellas, conectada a enormes bibliotecas, donde cualquiera pueda hacer preguntas y tener respuestas, obtener materiales de referencia sobre cualquier tema en el que esté interesado desde su infancia, por más tonto que parezca a alguien más eso en lo que estás interesado, y puedas preguntar y descubrir, y seguir el asunto, y puedas hacerlo en tu propia casa, a tu propio ritmo, en tu propia dirección, en tu propio tiempo, entonces todo el mundo disfrutaría aprender…”.


Y aún más, al hacer hincapié en la forma de enseñanza, el autor explicó que esto, sin duda, funcionaría como un complemento a la educación escolarizada.


En cuanto al cuestionamiento sobre si las computadoras deshumanizaban, Asimov apuntó que, al contrario, permitirían un contacto más cercano y directo entre la fuente de información y la del consumidor.

Lo que concierne a todos


Un ejemplo más del pensamiento futurista que caracterizaba a Asimov es cuando, a la pregunta de, si el próximo presidente de los Estados Unidos le pidiera que redactara su discurso inaugural y le dijera “considere aquello a lo que mi país deba prestar atención”, ¿qué contestaría?, el erudito respondió que “todos los problemas que enfrentamos que son realmente importantes para la vida y la muerte, son globales, que nos afectan a todos por igual; si la capa de ozono desaparece, desaparece para todos…”, y en este sentido, dio una serie de explicaciones a modo de un discurso reciente, en torno al calentamiento global, e, incluso, se atrevió a calcular que, hacia el año 2000, el mundo estaría poblado por cerca de 6 mil 500 millones de habitantes, situación que, así ocurrió.


Estas son algunas de las sorprendentes apreciaciones de Asimov, quien se refugió en sus obras, creando mundos utópicos, para decir mucho de lo que pensaba de la realidad. Sin duda, son dignas de nuestro interés.


Un poco de su recorrido


Asimov nació en Petróvichi, en la antigua República Socialista Federativa Soviética, el 2 de enero de 1920, bajo el nombre de Isaak Yúdovich Ozímov. Sus padres, Judah Asimov y Anna Rachel Berman, eran de origen judeo-ruso, quienes, en 1923, decidieron emigrar a los Estados Unidos, estableciéndose en el barrio de Brooklyn, en Nueva York.


Sus progenitores trabajaban en una tienda de golosinas y revistas, por ello, Isaac empezó a leer desde muy pequeño, y pronto, se denotó su coeficiente intelectual, pues era un superdotado. Con el tiempo, empezó a trabajar para ayudar a su familia, a la vez que cursaba sus estudios y comenzaba a escribir.


No obstante sus facultades, el muchacho manifestaba algunos problemas psicológicos que le dificultaban integrarse socialmente. Deseaba estudiar medicina, pero, en aquella época, el ingreso a ciertas instituciones era limitado para los judíos, así que se decidió por la carrera de química, en la Universidad de Columbia, concluyendo en 1941. En ese tiempo, comenzó a publicar sus relatos, colaborando con la revista Astounding; el editor de esta era John W. Campbell, a quien Asimov reconocía como su mentor, pues sostuvo estas colaboraciones durante varias décadas.


Asimov trató de seguir una línea de vida profesional, haciendo un posgrado en química y trabajando como investigador químico en la marina estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial; tiempo después, figuró como profesor asociado en la Universidad de Boston, y en 1979, pasó a ser profesor titular.


Cabe decir que, en 1958, a pesar de su trayectoria profesional y desempeño catedrático, eran mayores sus ganancias por su trabajo como escritor, un quehacer por el que sería más reconocido a nivel mundial.



Su obra está compuesta por cerca de 500 títulos, destacando, en los de ciencia ficción, la Saga de la Fundación, la colección del Ciclo de los robots, Viaje alucinante, El fin de la eternidad y Yo, robot, entre muchísimos más.


Falleció el 6 de abril de 1992, en Nueva York, a causa del VIH, el cual adquirió en una transfusión que se le practicó en diciembre de 1983, durante una cirugía cardiovascular. Dicha circunstancia fue revelada públicamente hasta 2002, por su segunda esposa, Janet, y su hijo Robyn Asimov, debido a los prejuicios que existían en esos años hacia las personas infectadas por dicho virus.

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