El cambio climático no sólo está afectando a los sistemas ambientales, sino, también, comienza a impactar en la salud de la población. La combustión de diversos combustibles, sobre todo, los de origen fósil, ha sido una de las principales actividades humanas, durante los últimos 50 años, que ha generado gran cantidad de gases de efecto invernadero, que ocasionan el incremento de la temperatura de la Tierra, al atrapar más calor en la atmósfera. De igual manera, los glaciares se están derritiendo, la temperatura y el nivel del mar están aumentando y los patrones en las lluvias están cambiando. También, se ha observado que los fenómenos meteorológicos extremos han incrementado tanto en frecuencia como en la gravedad.
Los problemas climáticos conducen, a su vez, a otras situaciones de gravedad, por ejemplo: la sequía provoca falta de acceso al agua, problemas de higiene, disminución de la producción de alimentos, incendios forestales y contaminación del aire, lo cual tiene un impacto directo en la salud de las personas, al aumentar el riesgo de enfermedades respiratorias, alérgicas, diarreicas y desnutrición, entre otras. El aumento de las precipitaciones, debido a la variación climática, produce inundaciones, contaminación del agua y un incremento de los criaderos de insectos vectores. Estos factores, también, aumentan el riesgo de enfermedades diarreicas, como el cólera, la malaria y el dengue.
De manera general, en una infección, intervienen un agente (o patógeno), el huésped y el medio ambiente. Algunas infecciones necesitan huéspedes intermediarios para completar su ciclo vital o se propagan por vectores. En este último caso, las infecciones, los vectores, las defensas del huésped y el hábitat pueden verse afectados por el clima. Las enfermedades transmitidas por mosquitos son especialmente sensibles al clima. Hace más de un siglo, estas asociaciones ya se valoraban.
Aunque los mosquitos mueren por calor extremo, sus actividades reproductivas y de penetración, así como el ritmo al que maduran las infecciones en su interior, se ven potenciadas por temperaturas más cálidas, dentro del rango de 20 °C a 32 °C, que les permite vivir. Los protozoos Plasmodium falciparum tardan hasta 26 días en incubarse, a 20 °C; sin embargo, a 25 °C, sólo tardan 13. El mosquito Anopheles, portador de la malaria, tiene una vida corta, de unas pocas semanas. Por lo tanto, las temperaturas más cálidas permiten que los parásitos alcancen la madurez antes de que los mosquitos propaguen el virus.
Dado que se pueden utilizar estrategias para mitigar y adaptar los efectos del cambio climático, es fundamental comprender cómo éstas afectan a los ecosistemas y la salud pública. Las infecciones más frecuentes relacionadas con vectores, como el dengue, la malaria y la fiebre amarilla, entre otras, se propagan con mayor facilidad en condiciones climáticas favorables.
Se considera que la bionomía es la interacción entre una especie de mosquito y su entorno, siendo esencial este concepto para la investigación epidemiológica de las enfermedades transmitidas por estos vectores; es decir, la distribución, el comportamiento, la supervivencia y la función vectorial de todas las especies están significativamente influenciadas por el clima.
Los mosquitos son insectos que se encuentran por todo el mundo, con excepción de las zonas donde el frío es constante, como los polos norte y sur. Sin embargo, más de las tres cuartas partes de las 3 mil 500 especies (aproximadamente) que existen actualmente son autóctonas de las zonas tropicales y subtropicales. La hembra de casi todas las especies de mosquitos se alimenta de sangre, con la finalidad de obtener los nutrientes necesarios para el desarrollo de sus huevos.
Asimismo, los mosquitos son capaces de absorber muchos patógenos debido a su gran capacidad de extraer sangre de sus huéspedes. Algunos patógenos se multiplican en las glándulas salivales, para, después, adaptarse; cuando los mosquitos bombean saliva a los capilares de sus huéspedes, para picarlos, inyectan la saliva junto con los patógenos y, así, infectar a los huéspedes.
El impacto de estas enfermedades para la población está asociado al comportamiento humano, sobre todo, a algunos hábitos, como el incremento a la exposición al aire libre, por aumento de la temperatura del ambiente; esto, a su vez, modifica el período de incubación extrínseco de los patógenos y, de igual forma, las altas temperaturas pueden afectar a la sobrevivencia y a la estacionalidad del vector. El calor y la humedad elevada acortan el período de metamorfosis huevo-adulto, desarrollándose en un tiempo más corto, siendo los mosquitos más pequeños. Debido a esto, las hembras deben alimentarse con mayor frecuencia, lo que incrementa la tasa de inoculación. Por otro lado, la deforestación genera cambios en los hábitos de los vectores y ocasiona el desplazamiento geográfico de éstos.
A pesar de todos los avances tecnológicos, no es posible determinar cuáles son las consecuencias sobre la vida humana. Los estudios sobre la relación entre el clima y la salud están todavía en sus inicios. Se acepta ampliamente que una de las mayores amenazas para la salud mundial en la memoria reciente es el cambio climático. Los seres vivos tienen una tendencia natural a cambiar y adaptarse a nuevas situaciones. Los artrópodos dependen completamente del clima, para su vida y crecimiento, porque, aunque pueden alterar su comportamiento para controlar su temperatura interna, son incapaces de hacerlo fisiológicamente.
De manera global, cada año, se observan incrementos importantes en la temperatura de la Tierra, y estas variaciones temporales y espaciales, la precipitación y la humedad tienen un impacto en la biología de los huéspedes intermediarios y vectores, lo que, en última instancia, afecta su ciclo de vida y aumenta el riesgo de transmisión de enfermedades.
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