El crepúsculo de marzo culminó con la reciente exposición en la Ciudad de México, Solo con la noche, dedicada al artista suizo Hans Ruedi Giger (1940-2014), quien renovó la industria de la ciencia ficción a finales de los años 70. No obstante, en la oscuridad de su trabajo artístico se esconden dibujos a tinta, pinturas al óleo y esculturas de bronce y aluminio que se adaptan a las expresiones canónicas de las artes plásticas, pero desde una perspectiva mórbida y futurista, que agregó una distancia cada vez más marcada entre el arte que comprende las técnicas y motivos aceptados, con el denominado arte experimental, al cual lo llevaron sus pasiones y los nuevos procesos y conocimientos que fue explorando durante la producción de sus obras.
Aunque quizá fueron los métodos o los temas, e incluso la época, los que alejaron su trabajo de ese lugar casi santificado que por lo general todo artista pretende alcanzar, la gloria no tardó en llegar. Acaso no como lo hubiera deseado, pero sí de una manera que supo aprovechar, y entonces, fiel a sus convicciones, consiguió llevar lo siniestro y lo prohibido, que muchas veces es lo innombrable, a un punto visible para todo el mundo, ya sea dentro de las galerías y museos, o expuesto en el cine y en el diseño arquitectónico de algún sitio temático dedicado a su lenguaje.
Por consiguiente, no hay duda que el arte biomecánico de Giger ocupa un puesto relevante, pese a que no siempre es valorado de la misma forma en la que sí lo sería otro tipo de representación artística que utiliza la figura humana.
Por esas razones, Relax dedica el siguiente espacio al desarrollo que sufrieron sus fusiones anatómicas para convertirse en piezas tridimensionales que personifican el concepto de androide, muy en boga de la actual preocupación que despierta la tecnología, con respecto a lo artificial frente a la supremacía del hombre.
Sus primeros dibujos plasman el interés que desde siempre tuvo hacia los personajes de las novelas de terror, como la construcción del vampiro, los esperpentos y las siluetas espectrales. Poco a poco, las ilustraciones lúgubres y taciturnas evolucionaron de acuerdo a los miedos colectivos que iban apareciendo, como la amenaza nuclear junto a la bomba atómica, la inteligencia artificial contra la del ser humano y el aumento desmesurado de la población, los cuales son los temas más trascendentales de su trabajo.
Sólo como ejemplo, la pieza Gebärmaschine es una crítica a la sobrepoblación que además vincula la unión del hombre con las máquinas, y en este caso particular con las armas de fuego, porque hasta cierto punto se separaron de la guerra para comenzar a ser accesibles. Es por eso que, para Giger, éstas funcionan como una especie de útero que engendra pequeños humanoides listos para atacar.
Una lectura apocalíptica de las cosas, seguida de su gusto por la estructura ósea, bastó para que muy pronto los retratos se convirtieran en lo biomecánico, como él llamaba a la fusión de lo biológico con lo tecnológico, o sea, lo orgánico con lo inorgánico. La silueta a la que recurrió desde el inicio de esta tendencia fue la femenina, la cual pulió al cambiar la manera tradicional de pintar por un aerógrafo, una extensión irónicamente mecánica a la mano de este artista, con la que realizó sus composiciones más impactantes.
Éstas no podían quedarse aferradas al papel y por eso cobraron vida tridimensional en forma de esculturas que reflejan el aspecto mitológico de aquellas mujeres del Antiguo Egipto; sin embargo, la evolución de su trabajo tampoco podía parar aquí, por tanto lo siguiente fue la transformación de la mujer biomecánica, primero con el diseño del Necronom, pieza que exaltó su colaboración en la película de Alien (1979), y que después concluiría con la creación de un hogar acorde a su fisonomía: el Museo H. R. Giger, que construyó a finales de los años 90 en Gruyères, Suiza.
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