Amarillas, como hojas otoñales, caen las preguntas de Pablo Neruda (1904-1973), mas no por frescas, sino por maduras, aunque conservan ese espíritu infantil, de un niño que, sobre todo, averigua su porqué y no termina de pronunciar por qué, aun cuando encuentra explicación. Frutos amarillos que piden ser devorados, como los rayos de una luz cálida que invitan a recostarse y a reflexionar acerca de la vida y los sueños, la ciencia, la muerte, el mundo y los cielos.
Un manojo de follaje maduro se colorea verso a verso, mientras se va encendiendo en la cabeza, el enigma que ya, de por sí, contiene cada pregunta, un secreto que el poeta logra relacionar y retratar en una de las formas más sinceras que tiene la poesía para manifestarse. La curiosidad por interrogar y crear correspondencias, a partir de la observación del mundo y la experimentación de la vida, es la semilla que hizo brotar a la poesía; así, Neruda, coleccionista de un sinfín de objetos, recolecta también incógnitas en el Libro de las preguntas (1973), misterios, en parte, retóricos, pero que animan a ser revelados por la voz de aquel lector que pronuncia este cuestionario infinito.
«¿Dónde encontrar una campana / que suene adentro de tus sueños?», pregunta el autor, acaso, por la transmutación de lo material a lo onírico, y tal vez, viceversa, pues la campana que suena en los sueños también es el sonido que busca emerger al despertarse y, a su vez, es ese eco que busca desaparecer al sosegarse. Juegos de palabras que esconden un acertijo, metáfora, comparación, imagen que se deriva de otra imagen y que extrapola la interrogante en cuestión: «¿Por qué no enseñan a sacar / miel del sol a los helicópteros?».
De ese modo, los animales, con su singular lenguaje, se vuelven el medio que expresa la eterna curiosidad de un poeta sorprendido por conocer: «¿Qué letras conoce la abeja / para saber su itinerario?», para danzar entre olores y regresar al trabajo. «¿Cuántas preguntas tiene un gato?», multiplicadas por ocho vidas, sobre mil noches y un tejado. «¿Cómo le digo a la tortuga / que yo le gano en lentitud?», si al ser tan tranquilo, el idioma reptiliano se torna impronunciable. No como el mundo, porque quizá: «¿Canta la tierra como un grillo / entre la música celeste?».
Tal parece que el poemario funciona como una advertencia constante, ya que hay más por resolver que lo que puede responderse. «¿A quién le puedo preguntar / qué vine a hacer en este mundo?» es otra cuestión metafísica que claramente no sólo lleva la voz del autor, sino también la del hombre en general, como uno de los enigmas de la vida, que indican toda clase de preguntas en torno a la muerte, como «¿Cuando ya se fueron los huesos / quién vive en el polvo final?»; a la idea de reencarnación, «¿Se fundirá tu destrucción / en otra voz y en otra luz?»; de añoranza, «¿Dónde está el niño que yo fui / sigue adentro de mí o se fue?»; y con un matiz de ilusión, «¿Fue adonde a mí me perdieron / que logré por fin encontrarme?».
Otro tanto de preguntas intenta reconocer aquella sencillez y belleza que hay en cualquier cosa de la vida: «¿Y a quién le sonríe el arroz / con infinitos dientes blancos? […] ¿Cómo agradecer a las nubes esa abundancia fugitiva? […] ¿Y a los claveles, ¿qué les digo agradeciendo su fragancia? […] ¿Te has dado cuenta que el otoño / es como una vaca amarilla? […] ¿Y cómo saben las raíces que deben subir a la luz?».
Unas más, como curiosidades que, sin duda, pronunciaría un pequeño: «¿Es este mismo el sol de ayer / o es otro el fuego de su fuego? […] ¿De qué ríe la sandía / cuando la están asesinando? […] ¿Si se termina el amarillo / con qué vamos a hacer el pan?».
El significado que ya trae consigo cada interrogación del poemario dibuja el universo que Neruda concebía en su poesía y alrededor de sí, pero lo particular de este cuestionario está en que actúa justo como un interrogatorio que pide al lector ir confesando lo que brote de su memoria, tal cual salga a la luz, otorgando a cada pregunta otro espacio creativo más, que propagará el alcance de los versos, haciéndolos infinitos, en tanto que, incluso, un mismo lector puede dar múltiples respuestas para cada problema.
«¿Dónde termina el arcoíris,
en tu alma o en el horizonte?».
-En el horizonte, que une con un arco mis ojos.
-En el horizonte, que termina en el iris.
-En el alma de cada arcoíris.
-En tu alma y no la mía.
-En el iris que lamía.
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