Se dio cuenta que una correcta higiene era la solución para evitar infecciones
A propósito de las actuales recomendaciones de la Organización Mundial de Salud, difundidas a nivel global para frenar el contagio del Covid-19, destacamos la intuición e iniciativa del doctor Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), quien, al promediar el siglo XIX, destacó la importancia de una adecuada higiene en el control de las infecciones, a través del lavado de manos.
¿De dónde venía el mal?
En esa época, el personal sanitario no era consciente del papel tan importante tan importante que tiene la higiene en la atención de los pacientes, por lo que existían infecciones al por mayor.
El doctor Semmelweis trabajaba en el Hospicio General de Viena, Hungría, donde se percató de que las mujeres que daban a luz morían irremediablemente en una proporción del 20 al 30 %, afectadas por la sepsis puerperal (también conocida como fiebre del parto). Se trataba de pacientes que, o por complicaciones u otras necesidades, acudían al nosocomio, mientras otras eran atendidas por matronas en su casa.
El galeno, quien no aceptaba que esas muertes se atribuyeran a motivos como la poca ventilación, el hacinamiento o la lactancia, como otros pensaban, tuvo a bien observar el procedimiento de atención que recibían esas pacientes y se dio cuenta de un gran detalle: en el hospital había dos salas; una de ellas era coordinada por médicos, quienes adiestraban a estudiantes de medicina, y la otra por parteras. Mientras que en la primera existían más casos de infección, en la segunda no era así.
Un dato importante es que, además de atender a pacientes en condiciones de parto, los estudiantes aprendían a realizar necropsias en áreas próximas al hospital. Fue así que el doctor Semmelweis descubrió que, después de llevar a cabo estos procedimientos, los alumnos ingresaban a donde estaban las mujeres que daban a luz, llevando gérmenes contaminantes en sus manos (como el término gérmenes no existía aún, el galeno explicó que se trataba de un material cadavérico desconocido), y que esto podría ser la causa de tantas infecciones.
Otra circunstancia que también inquietó al doctor, fue que, en 1847, su amigo Jakob Kolletschka, un profesor de medicina forense, murió a causa de una herida en la mano, ocasionada con un cuchillo usado en una necropsia. La revisión hecha a su cuerpo, sorprendentemente, detectó una patología semejante a la hallada en aquellas mujeres víctimas de la fiebre puerperal.
Revelando la verdad
Por todo ello, Semmelweis implementó un programa de profilaxis, que consistía en que los médicos lavaran sus manos con una solución a base de hipoclorito cálcico, antes de atender a las pacientes, el cual resultó en una reducción de muertes por infección.
Semmelweis hizo públicas sus conjeturas acerca de este asunto en 1850, sin embargo, la opinión médica se mostró escéptica, pues no aceptaba la posibilidad de que el gremio fuera responsable de las infecciones y mucho menos que la higiene fuera un factor preponderante.
El doctor Semmelweis se sintió decepcionado, y aunado a ello, su participación política en la revolución de 1848, hizo que fuera rechazado en Viena, por lo que dos años más tarde viajó a Budapest, sin haberse despedido de nadie. Ahí trabajó en el área de maternidad del hospital St. Rochus durante seis años, consiguiendo reducir la fiebre puerperal.
En 1861 publicó su libro Die Ätiologie, der Begriff und die Prophylaxe des Kindbettfiebers, (Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal), en el que explicó sus observaciones, sin embargo, éste tuvo poca aceptación.
Existen dos versiones en torno a su desaparición. Una sostiene que la depresión y un colapso nervioso lo llevaron en 1865 a un hospital psiquiátrico donde murió; la segunda, sugiere que fue golpeado por los empleados del lugar.
Tuvieron que pasar algunos años para que científicos como Louis Pasteur, Joseph Lister y Robert Koch demostraran al mundo lo acertado que estaba el obstetra, a quien se le reconoció como pionero de la antisepsia.
Sobre este precursor
Ignaz Philipp Semmelweis nació en Buda, Hungría, el 1 de julio de 1818, como el cuarto hijo de una prolífica familia. Sus padres eran comerciantes de alimentos.
Fue en Viena donde comenzó a estudiar la carrera de leyes, influenciado por su padre; no obstante, apenas transcurrido un año decidió abandonar la abogacía para cursar medicina, aun con la oposición de su progenitor, concluyendo su doctorado en 1844. Dos años más tarde, para especializarse en obstetricia, comenzó a trabajar como asistente en el Hospital General de Viena, donde se convertiría en jefe de residentes.
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