Entre los personajes más representativos de la atmósfera citadina, los organilleros ocupan un papel muy importante en cada paisaje, ya que son los encargados de musicalizar las caminatas y encuentros de cientos de personas que van y vienen de un lado a otro; músicos entre las bambalinas de una vida intensa y ajetreada, que agregan melodías típicas a cada escena, sonidos que se mezclan con la polifonía de la ciudad, por lo que a veces pueden ser imperceptibles, pero al mismo tiempo inconfundibles y necesarios. Pues de lo contrario, la obra que compone cualquier acto cerca de una catedral, en medio de arboledas o al paso de alguna encrucijada, estaría incompleta sin esta tradición que ahora se proclama mexicana.
El oficio del organillero surgió con la invención del organillo portátil a principios del siglo XIX en Inglaterra. Este instrumento musical se constituye por un órgano de tubos y un sistema mecánico de relojería, que lleva consigo un cilindro de madera con púas y puentes de bronce, asignados de tal forma que funcionan como el registro de ocho o diez partituras fijas, las cuales son interpretadas cuando el músico gira la manivela.
La elaborada caja musical ha dado nombre al personaje que la manipula desde finales del siglo XIX, principalmente en Alemania, Suiza, Francia, Argentina, Chile y México. Los primeros organillos alemanes llegaron a nuestro territorio en 1880, dando inicio a la tradición de ejecutarlos en alguna zona pública y a cambio de dinero; no obstante, el costo de este tipo de órganos era muy elevado, por lo cual, salvo casos muy raros, ningún organillero era propietario de su instrumento, sino que más bien lo rentaba.
Con el paso de los años, esa situación se agravó pues los órganos de tubos dejaron de fabricarse, provocando que varios de ellos se convirtieran en piezas para refacciones u objetos de colección. A la fecha, las circunstancias no han cambiado, los organilleros que sobreviven en México tienen que ser muy cuidadosos, pues cada vez es más costoso y difícil conseguir que algún taller repare y dé mantenimiento al organillo que todavía sigue rentándose, tal vez como una peculiaridad del oficio.
Actualmente, el alquiler que deben cubrir los organilleros va de los 150 a los 240 pesos por día, una cantidad elevada considerando la carga de 20 a 50 kilogramos que llevan durante las más de ocho horas diarias de jornada laboral, junto al tiempo adicional que invierten para llegar a su punto de trabajo. Asimismo, vale la pena mencionar que los donativos que reciben cada día son divididos en partes iguales entre el número de organilleros que constituyen un equipo, por lo regular se trata de pares, el que interpreta y el que recauda; sin embargo, la primera cantidad que reservan es la del arriendo, el cual en algunas ocasiones no logran reunir, quizá porque la cooperación ciudadana ha disminuido, al igual que la motivación ya hecha añoranza de aquel momento de gloria decimonónico.
De esa época es la música popular que resuenan los organillos y también el diseño del uniforme que portan. Por eso, entre las canciones más frecuentes que forman el repertorio grabado en el cilindro, pueden escucharse: La barca de oro; Las mañanitas; Adelita; Cielito lindo; En tu día; Juan Charrasqueado; Carta a Eufemia; La cucaracha; Cuatro milpas; Rancho alegre; Esta tristeza mía; Gema; Volver, volver; Dos hojas sin rumbo; Un mundo raro; y Solamente una vez.
En cuanto a la vestimenta color caqui tan característica, se trata de un homenaje que escogieron cuando se consolidaron como un gremio importante en el país, conocido como la Unión de Organilleros de México que aún se encuentra activa. A saber, dicha veneración representa a aquel organillero que animaba al ejército de Villa durante la Revolución Mexicana, quien también iba uniformado dando fuerza y esperanza entre el bullicio bélico. Por lo tanto, más que un recuerdo lejano, el hecho de portar ese atuendo simboliza la continua batalla a la que se enfrentan estos personajes y sólo para mantener con vida una tradición.
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