Porque el cine que aprendimos eran caras expectantes, con los ojos muy abiertos, palomitas al alcance de la mano, uno que otro movimiento instintivo para alertar y/o animar a nuestro acompañante, carcajadas sonoras que se multiplicaban y que por alguna razón contagiaban, haciéndonos sentir parte del momento, de la trama, del suspenso, etcétera; y, además, en el caso de los enamorados, manos entrelazadas, intermitentes besos, medios abrazos en la oscuridad, para no perder detalle, en fin, por eso y otras emociones…necesitamos el cine.
Han pasado nueve meses del 2020 y, podríamos decir, que los últimos seis, ha ocurrido una serie de ajustes en todos los niveles de nuestra mundana rutina, incluyendo, por supuesto, el entretenimiento, y es que las estrictas medidas para prevenir contagios por coronavirus, sugieren guardar la distancia con respecto a otros, y muchos de los eventos y espectáculos operan en lugares cerrados y con asistencias multitudinarias.
Por lo anterior, y después de pasar semanas en confinamiento, aún contando con el servicio de streaming, la lectura, los pendientes en casa y otro tipo de distracciones, el entusiasmo por la pantalla grande ha vuelto a renacer, dando paso a una alternativa muy retro: el autocine o autocinema, una modalidad que tuvo su origen hace casi un siglo, en los Estados Unidos.
Al estilo americano
El primer autocinema abrió en la ciudad de Camden, Nueva Jersey el 6 de junio de 1933, gracias a la iniciativa de Richard M. Hollingshead Jr., quien pertenecía a una acaudalada familia, dueña de la firma automotriz R.M. Hollingshead Corporation. Este hombre estaba interesado en que su madre disfrutara del cine, pues ella padecía obesidad extrema y no era posible que se sentara en las butacas de manera normal, así que ésta fue la solución.
Esa tarde de estreno, frente a aproximadamente 400 autos y sobre una pantalla de 120 metros, tuvo lugar la proyección de Wives beware (1932), del director norteamericano Fred Niblo y protagonizada por Adolphe Menjou, la cual, narraba la condición de un hombre que, en medio de un matrimonio problemático, fingía amnesia para buscar aventuras extramaritales.
Posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, este modelo de negocio comenzó a crecer en el continente americano, siendo Canadá quien inauguró su primer autocinema en 1946; le siguió Cuba en 1948, y después sería Venezuela en 1949.
Sin embargo, sólo la Unión Americana llegó a contar hasta con 4 mil establecimientos en la década de los 60, estableciendo un prototipo para todo el mundo, el cual consistía en una gran pantalla al aire libre, un proyector de cine, un bar cafetería, y, por supuesto, un estacionamiento en terreno llano. Entonces los enamorados tenían el espacio ideal para convivir y, la asistencia de las familias dio pie al establecimiento de un tiempo intermedio para comer.
El auge de la televisión a color, la crisis propiciada por la guerra, y el surgimiento de algunos complejos de cine, como los videoclubes, provocaron la casi desaparición de los autocinemas en los años 90, y principios de este siglo. Los que están en pie, ahora, se han convertido en una excelente alternativa a los cines convencionales y por ello han tenido un aumento inesperado de asistencia en los Estados Unidos y en varios países del mundo.
Originalmente, el sonido provenía de altavoces ubicados en la pantalla, pero con el tiempo, se comenzó a reproducir desde un altavoz individual que colgaba de la ventana de cada auto, que estaba conectado a la fuente original a través de un cable; posteriormente, fue posible transmitirlo mediante las frecuencias de radio AM o FM, así que los asistentes sólo tenían que sintonizar su radio. Durante los últimos años, los autocinemas se han equipado con pequeñas bocinas inalámbricas que se prestan a cada auto, que funcionan con sólo presionar sus botones y permiten disfrutar de un excelente sonido.
En esta época casi 300 autocinemas operan en todo el mundo, siendo Australia, Alemania, Italia, Inglaterra, España, Irlanda, Argentina y otros países más, los que gustan de esta tendencia sesentera.
En nuestro país
A nuestro país llegaron en 1950, y fue al entonces Distrito Federal. El primer establecimiento fue el Autocinema Lomas, posteriormente serían Lindavista, Satélite y Del Valle. En aquellos años, significaba una verdadera fiesta acudir a un autocinema. En su interior se vendían desde filetes, pollo frito, empanadas, helados, mariscos, refrescos y otras delicias para acompañar la cinta, muy en contraste con la comida americana que consistía en hamburguesas, malteadas y papas fritas.
Gracias a la aceptación del público capitalino, este tipo de negocios se consolidaron en la década de los 60, pero como eco de las innovaciones y cambios mencionados anteriormente, fueron desapareciendo; aunque, una excepción fue el Autocinema Satélite, que se mantuvo abierto hasta los años 90.
En este paréntesis, otro ejemplo, es el Autocinema Coyote, que con gran éxito opera en la Ciudad de México desde 2011, y que, con dos sucursales, ofrece una cartelera inspirada en las cintas clásicas, que todo mundo quiere volver a ver, pero que además ofrece otros servicios, como noches temáticas, presentaciones en vivo e, incluso, personajes que cobran vida y que, por ejemplo, si se trata de películas de terror, ambientan el lugar. Además, en el caso de esta firma, la cartelera se propone de acuerdo a la opinión del público a través de las redes sociales y su página web.
A este intento por recuperar la asistencia a los cines en todo el país, otras firmas se han sumado a esta tendencia, con la cual, las nuevas generaciones tienen la oportunidad de probar las mieles que divirtieron a sus bisabuelos, abuelos y, por qué no, hasta a sus padres, y que tal vez sólo han conocido a través de las películas.
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