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Foto del escritorRedacción Relax

El sorprendente traslado del gran monolito de Tláloc


Foto: Especial Monolito de Tláloc

Desde hace más de 50 de años, el imponente dios del agua recibe y despide a los visitantes del Museo Nacional de Antropología de México, recinto que abrió sus puertas en 1964, con el fin de reunir la más importante colección de riquezas culturales del país. Conforme a eso, un año antes de la inauguración, el gobierno y las autoridades de San Miguel Coatlinchán, Estado de México, acordaron que la gran “Piedra de los tecomates”, como era conocida en la localidad, sería llevada a las instalaciones del nuevo museo.


Si bien los habitantes cercanos a la cañada de Santa Clara no querían despedirse del ídolo que llevaba siglos coexistiendo con incontables generaciones, luego de una tremenda planeación que fue saboteada y resguardada por el ejército, aunque se volvió a negociar, la antigua escultura de 165 toneladas y siete metros de altura inició un viaje de 55 kilómetros rumbo a su sitio actual en el Bosque de Chapultepec.


Por su peso y magnitud, los preparativos para trasladar a Tláloc comenzaron en días previos; primero se cavó un foso de tres metros de profundidad, para colocarlo y sujetarlo con vigas y cables de acero, sobre una plataforma de 24 metros de largo y seis metros de ancho, sumando un total de 250 toneladas, que se transportaron a vuelta de rueda el 16 de abril de 1964, aproximadamente por 12 horas, mediante un remolque con dos cabezas de tractor, que se asemejaba a una inmensa carroza.


Los residentes del pueblo se unieron a los arquitectos y arqueólogos que lideraron el recorrido, a través de una ciudad paralizada y asombrada por este acontecimiento que congregó a cerca de 60 mil personas a lo largo de todo el camino, en el que además se levantaron y cortaron cables y líneas de alta tensión.


La sorpresa y el entusiasmo aumentó cuando de pronto se desplomó una tormenta que duró hora y media, reafirmando la llegada del dios a la capital que entregaba su compañía sin importar la lluvia, la noche o el cansancio, hasta que, finalmente, Tláloc llegó a su hogar definitivo y se erigió a su posición primigenia, perpetuando la historia de aquellas civilizaciones que lo adoraron.

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