Dentro de la familia de serpientes Elapidae, el género Naja agrupa a 20 especies de cobras; entre ellas, la Naja haje o cobra egipcia. Se trata de una de las especies de cobras más reconocidas a nivel mundial, la cual se divide en cuatro subespecies: Naja haje haje, Naja annulifera, Naja anchietae y Naja arabica.
Estas cobras alcanzan longitudes de hasta 2.5 metros y viven en las regiones central y norte de África, así como en Medio Oriente. Tienen un apetito voraz, alimentándose de una amplia gama de presas, como pequeños mamíferos, lagartos, sapos y otras serpientes. Como otras cobras, la Naja haje posee grandes ojos. Cuando se siente amenazada, adopta una posición erguida y las primeras 20 costillas, aproximadamente, tienen una rotación dorsal; esto ocasiona que se expanda en forma pronunciada la región de su cuello.
El veneno de la cobra egipcia es neurotóxico; está catalogado como uno de los más potentes entre todas las especies de cobras y es uno de los principales causantes de mortalidad por mordedura de serpientes en el mundo.
Las leyendas que se han arraigado en el ideario popular le adjudican a una cobra egipcia la muerte de la muy famosa reina de Egipto, Cleopatra. Estos reptiles siguen siendo parte importante de la cultura africana y de Medio Oriente, como puede constatarse dentro de las prácticas de los encantadores de serpientes.
Una curiosidad adicional es que, en el antiguo Egipto, la cobra inspiró la imagen mitológica de la diosa Meretseger, guardiana y símbolo del inframundo, que moraba en el Occidente, donde se creía que estaba el Más allá. Se encargaba de la justicia y la medicina, y se le invocaba como un medio de protección ante la mordedura de las serpientes. Con mayor representatividad, la cobra también personificaba a la diosa Wadjet, símbolo del calor del sol y protectora de los faraones, quienes ostentaban el emblema de una cobra estilizada en sus diademas.
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