Hoy en día, las bibliotecas son instituciones que se dedican a la conservación, adquisición, estudio y exposición de libros y documentos. Sin embargo, en sus inicios, eran un tanto diferentes. Si se toma en cuenta el núcleo principal de esta idea que concierne a los libros y la escritura, se puede decir que las bibliotecas tienen más de cuatro mil años de existencia.
Por ejemplo, en la Antigüedad, eran más parecidas a lo que actualmente llamamos archivo. Bajo esta premisa, entonces, se puede decir que las primeras bibliotecas se encontraban en los templos de las ciudades mesopotámicas. Dentro de grandes salones, se almacenaban documentos que se escribían con escritura cuneiforme, en tablillas de arcilla o de barro, razón por la que se han conservado hasta hoy en día. En ellos, se plasmaban los conocimientos de la época, como la historia, matemáticas, medicina y astronomía; también, incluían registros de la vida diaria, como actividades religiosas, políticas, económicas y administrativas. Las bibliotecas de este tipo que más destacaron en su momento son: Mari, Lagash y Ebla, así como la del rey asirio Asurbanipal.
Otra cultura antigua que tuvo esta clase de institución es la del antiguo Egipto. Ésta construyó las llamadas Casas de los Libros y las Casas de la Vida. En la primera, guardaban la documentación administrativa, y en la segunda, se impartían clases para los escribas. La escritura que emplearon fue la jeroglífica, hierática y la demótica. Además, ahí, también, ocupaban rollos de papiro.
Por su parte, en la antigua Grecia, los libros y las bibliotecas alcanzaron un gran desarrollo. Fue allí donde éstas empezaron a perfilarse y a ser más parecidas a las que tenemos en la actualidad. Incluso, dichas bibliotecas ya no estaban relacionadas a los templos. Fue así que, en el período helenístico, nacieron las grandes bibliotecas legendarias, como la Biblioteca de Alejandría o la Biblioteca de Pérgamo, las cuales se crearon con el propósito de reunir todo el conocimiento de su tiempo y que los eruditos lo tuvieran a su disposición.
En Roma, en los tiempos de la República, gracias a los botines de la guerra, se facilitó la implantación de la idea de la biblioteca como la conocemos, ya que incorporaron a sus propias colecciones los libros griegos conseguidos. Es importante mencionar que ahí se fundó la primera biblioteca pública, o, por lo menos, la primera de la que se tenga registro, y que sus grandes bibliotecas fueron la Octaviana y la Palatina, hechas por Augusto, y la Biblioteca Ulpia, del emperador Trajano.
Asimismo, no se puede dejar de mencionar La Villa de los Papiros, que fue una biblioteca particular, la cual quedó sumergida por las cenizas del volcán Vesubio, en el año 79. Los papiros que albergaba eran, aproximadamente, unos mil 785 rollos, y eran textos de filosofía epicúrea.
En la Edad Media, con la caída del Imperio romano de Occidente, el avance intelectual y cultural sufrió un retroceso significativo, y, nuevamente, las bibliotecas pasaron a ser exclusivas de los monasterios. Sin embargo, ahora, son textos cristianos los que se custodian en dichos lugares. Esta situación cambió hasta que, en la Baja Edad Media, se crearon las universidades y la imprenta. Gracias a ellas, se creó la posibilidad de hacer bibliotecas universitarias; de hecho, la primera de todas era parte del Estudio General de Salamanca (lo que, hoy en día, llamaríamos universidad) y estuvo a disposición de los alumnos desde la fecha de su creación.
Las bibliotecas en el islam empezaron en las mezquitas, donde, principalmente, había obras religiosas y de estudio en general. Estas bibliotecas árabes tenían muchos libros, incluso, más que las de los cristianos coetáneos, ya que sus libros eran de bajo coste y de rápida producción. Los árabes, en vez de utilizar el pergamino, como en otras culturas, emplearon el papel desde los primeros siglos. Igualmente, crearon algunas de las mayores bibliotecas de su tiempo, como la del califa Al-Mamún, en Bagdad, o Abd al-Rahman III y su hijo, en Córdoba.
En la época del Renacimiento, gracias al rey Matías Corvino de Hungría, en la década de 1460, se fundó la Bibliotheca Corvinniana. Esta biblioteca se encontraba dentro del palacio, en la ciudad de Buda, y contaba con más 3 mil libros, lo que la coronó como la biblioteca más grande de su época, después de la biblioteca del Vaticano. Tristemente, el lugar fue destruido por la invasión turca, en 1526. Sin embargo, se lograron rescatar varios tomos, que, en la actualidad, se encuentran en los museos más importantes del mundo.
Fue en este tiempo donde, también, cambió la figura del bibliotecario. Éste ya no era únicamente el encargado de conservar los libros, ahora, eran personas con gran bagaje cultural e intelectual. Entre sus actividades, estaban las de supervisar a los copistas, iluminadores y encuadernadores.
Con el paso del tiempo, las bibliotecas privadas fueron más comunes, como es el caso de la del duque de Urbino y la de los Médici. Además, destacan aquellas mandadas a hacer por los príncipes y reyes de la época, las cuales han llegado hasta nuestros días, aunque, ahora, las conocemos como las bibliotecas nacionales. Un ejemplo de ello es la francesa, la bávara y la austríaca.
Para el siglo XVIII, triunfó la cultura secular frente a la Iglesia, así como los libros en lengua vernácula frente al latín. Además, se volvió común la lectura pública y se dejó un poco de lado la íntima y privada que se llevaba hasta ese momento. Es por eso que empezaron a crearse los clubs de lectura, en Inglaterra. Las bibliotecas de préstamo comenzaron a destacar porque editores y libreros, en locales adjuntos a sus librerías, permitían el préstamo de los libros o su lectura por un pequeño pago anual o mensual. En ese siglo, se crearon dos grandes bibliotecas nacionales: el British Museum y la Biblioteca Nacional de España. Por otro lado, en Italia, había ocho bibliotecas nacionales, porque el país estuvo fragmentado políticamente, sin embargo, la Florentina, la Napolitana y la Milanesa fueron creadas en ese mismo siglo.
Ahora bien, fue hasta el siglo XIX que el concepto de biblioteca cambió; ya no sólo era un lugar de archivo o un museo orientado a la conservación y custodia de los libros; ahora, las bibliotecas eran una institución pública. También, aumentó la investigación científica después de la Revolución Francesa, ya que se introdujeron nuevas ideas liberales y democráticas, lo que dio como resultado un aumento en la producción de libros. Por su parte, en Estados Unidos, después de la Guerra de Secesión, hubo un gran desarrollo de las bibliotecas. De igual manera, a lo largo de este siglo, más librerías nacionales se siguieron inaugurando, como la Library of Congress, la Biblioteca Nacional de Rusia y la Biblioteca Nacional Víctor Manuel II (Italia).
Paulatinamente, se consolidó la idea de que los seres humanos tienen derecho al libre acceso a la información. Es así que, en el siglo XX, surgen los servicios gratuitos y las bibliotecas quedan a disposición de toda clase de públicos. De hecho, en este nuevo siglo, surgen más tipologías de bibliotecas, como la escolar, la pública, la especializada, la universitaria, etcétera. También, se crean asociaciones profesionales en el mundo, como la American Library Association (ALA), la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA), la Federación Española de Asociaciones de Archiveros, Bibliotecarios, Arqueólogos, Museólogos y Documentalistas (ANABAD), etcétera.
Gracias a que, en el siglo pasado, las bibliotecas comenzaron con su expansión, la cual buscaba democratizar la cultura y la enseñanza, así como incrementar la investigación científica y tecnológica, hoy en día, tenemos la oportunidad de visitar y ocupar estas instalaciones para satisfacer nuestra curiosidad, informarnos y entretenernos. Sin embargo, con el desarrollo de nuevas tecnologías, se tienen, también, las bibliotecas digitales y los libros electrónicos. Probablemente, esta no sea la ultima modificación que tengan estos espacios; seguramente, en el futuro, se seguirán adaptando a las necesidades de la época y de los usuarios.
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