Por Mtro. Luis Javier Álvarez Alfeirán
Estamos cumpliendo un año del inicio de la pandemia más importante que ha azotado a la humanidad desde hace un siglo; las consecuencias han sido devastadoras para la población mundial en lo personal, en lo social y en lo económico, por mencionar sólo unos cuantos de los muchos ámbitos de nuestra vida que ha trastocado la enfermedad. Quiero rendir homenaje en estas líneas a los que, además de la familia, nos han acompañado en estos tiempos difíciles: los amigos.
Dice una canción: «cuando un amigo se va, algo se muere en el alma». Se habla mucho de nuestro círculo familiar en estos días, de lo seres queridos con los que tenemos un vínculo de sangre, pero cuando un amigo se va, algo se muere en el alma porque al llegar a tu vida, se instala en lo más profundo de lo que somos como personas. Bien decía Sócrates que prefería a los amigos por sobre todas las cosas: “preferiría con mucho, tener un compañero, a todo el oro de Darío. ¡Tan amigo de los amigos soy!” (Platón, Diálogos. Lisis, 211e).
Estos días son también, por lo tanto, momentos para valorar ese encuentro que ha llegado para cada uno de nosotros. La amistad en ocasiones, toma tintes un poco románticos e incluso ingenuos, siendo común creer que es la relación perfecta, porque se trata de las personas que libremente escogemos para acompañarnos en el camino de la vida; pero ese trayecto tiene encrucijadas, unas más sencillas que otras; tiene paisajes hermosos y oscuras cañadas; tiene días soleados y tardes lluviosas; la vida está llena de momentos inesperados, de alegrías y frustraciones, pero un amigo verdadero no solamente es el que está contigo en los buenos momentos, sino también en aquellos que quisiéramos borrar de nuestros corazones; es quien te hace reflexionar y te hace ver tus errores señalándolos no con intenciones de hacerte daño, sino por el contrario, busca que salgas de ti mismo y crezcas como persona. El amigo verdadero es el complemento perfecto para algunas de nuestras propias carencias.
En la nueva realidad de las redes sociales, se ha prostituido el término de «amigo», más recientemente se habla de «seguidores» haciéndolo un término quizá más adecuado, ya que amigos, suelen ser muy pocos.
Tener el privilegio y el honor de escribir para esta revista me da la posibilidad de rendir homenaje a mis amigos, pero extiendo el reconocimiento también a todos aquellos que me brindan la distinción de leerme. Estas líneas van dedicadas a todos nuestros compañeros, a los que les pertenece un pedazo de nuestra alma.
Me considero un hombre rico, no por tener abultadas cuentas bancarias, sino por tener en mi lista de contactos, a muchas personas a las que verdaderamente llamo amigos, con toda la profundidad de su significado. Mi inmerecida fortuna es que no me alcanzan los dedos de las manos para contarlos. ¡Soy un privilegiado! La vida me ha concedido ese regalo y, como si eso no bastara, a todos ellos los considero personas de gran bondad y magnífico corazón, así que mi fortuna se multiplica. Amigos que me han acompañado en las buenas en las malas, y a los que he buscado corresponder –con todas mis imperfecciones– de la misma manera; que están cerca a pesar de la distancia e incluso del tiempo en que no nos hemos llamado. La amistad, cuando es sincera y pura, prevalece en todo momento porque es un regalo divino; “siempre hay un dios que lleva al semejante junto al semejante” (Odisea, XVII, 218).
Si algo hemos de aprender en este tiempo de pandemia, es que la riqueza no proviene del exterior, sino de nosotros. La felicidad está en nuestro interior y se enriquece gracias al vínculo con nuestros semejantes. Como personas, crecemos a través de la relación Yo-Tú porque es un vínculo de amor; citando a Martin Buber “los sentimientos acompañan el hecho metafísico y metapsíquico del amor, pero no lo constituyen […] se «tienen» sentimientos, mientras que el amor «sucede»” (Martin Buber, Yo y Tú, primera parte); y es en la búsqueda del verdadero amor, el que «sucede», el que existe en la amistad, en donde deberíamos poner nuestro más arduo empeño, no en el poseer de lo material o del dinero, ya que nos pueden ser arrebatados inmisericordemente por un virus microscópico y desconocido.
Agradezcamos a nuestros amigos su cercanía y cariño, usemos la tecnología para su fin más valioso, tomemos el teléfono para llamarlos y refrendar ese compromiso de amor, para renovar ese vínculo que alimenta el espíritu y nos hace mejores personas, riamos con ellos, lloremos con ellos y, ante todo, agradezcamos juntos la riqueza que nos ha sido dada a través de la amistad. Llenémonos de buenos deseos ya que koinà tà tôn phílõn –todo lo de los amigos es común[1]–.
Luis Javier Álvarez Alfeirán
twitter: @DirectorLCBMx
[1] Proverbio pitagórico.
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