Aunque, en apariencia, la fabricación de la vacuna contra el COVID-19 se dio en un tiempo récord, a nivel general, ya sea de la manufactura que se trate, las bases bajo las cuales se dieron sus diferentes formulaciones se fueron configurando en las últimas décadas, gracias al trabajo de expertos que analizaron el comportamiento de los virus bajo una u otra perspectiva, y, además, a los progresos de la ciencia en renglones como la biología celular o molecular, la química, bioquímica y microbiología, entre otras disciplinas.
A lo anterior, es menester agregar el conocimiento que ya se tenía acerca de un virus como el de la influenza, que irrumpió en 2009, y para el cual ya existen vacunas. En ese tenor, es como en los últimos meses ha destacado el empeño de la bioquímica Katalin Karikó, una de las pioneras en los estudios del ARN mensajero, que fueron clave en el desarrollo de la vacuna para el SARS-CoV-2, la cual comenzó a ser aplicada a finales del año pasado, bajo las biotecnológicas Moderna y BioNTech; y quien reúne una historia muy interesante, debido a los obstáculos que tuvo que sortear para plantear su propuesta de investigación, desarrollarla y conseguir el apoyo suficiente para trabajarla, hasta llegar a un resultado satisfactorio, que, después de mucho tiempo, es invaluable.
Katalin Karikó es originaria de Kisújszállás, parte del distrito de Karcag, en el condado de Jász-Nagykun-Szolnok, centro de Hungría. Su padre era carnicero, hecho que, considera, tuvo que ver, tal vez, para que se diera su inclinación científica. Estudió biología en la Universidad de Szeged, donde obtuvo un doctorado en bioquímica, de 1978 a 1982. Continuó realizando algunos estudios en el Instituto de Bioquímica del Centro de Investigaciones Biológicas de la Academia de Ciencias de Hungría. Para 1985, se trasladó a Estados Unidos, con el objetivo de cursar un doctorado, trabajando en el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Temple y en la Uniformed Services University of the Health Sciences.
Fue una experiencia en un ensayo clínico, en la Universidad de Temple, lo que despertó su interés en el manejo del ARN mensajero (ARNm), ya que, en ese estudio, se abordaron a pacientes con SIDA, padecimientos hematológicos y con fatiga crónica, con ARN de doble cadena (dsRNA). En tanto, para ese tiempo se desconocía el mecanismo molecular de la inducción de interferón por el dsRNA, pero sus efectos antineoplásicos estaban documentados.
Una frágil molécula con la que inició la vida
La década de los 90 fue complicada para la doctora Karikó. Se desempeñaba como investigadora en la Universidad de Pensilvania, manteniéndose en un rango inferior, con un salario limitado, ya que necesitaba un trabajo para seguir conservando su visa, pero, además, trataba de convencer a instituciones y compañías de otorgarle apoyo financiero para desarrollar tratamientos y vacunas basadas en la molécula del ARN. Su planteamiento era rechazado una y otra vez, ya que no se comprendía bien y no se consideraba oportuno, aunque había antecedentes en comparativa con el funcionamiento del ADN.
Se trataba del ARN, una frágil molécula, cuya misión es transmitir la información contenida en el ADN y convertirla en las proteínas que permiten funciones elementales como respirar, mover, pensar y vivir.
Por aquel tiempo, lo usual era la terapia génica, que se basaba en cambiar el ADN de forma permanente, para excluir padecimientos; sin embargo, al haberse demostrado que podría derivar en riesgos significativos, se volvió relativa.
Una mancuerna clave
Iniciando este siglo, la experta conocería al inmunólogo Drew Weissman, quien había trabajado como becario con el doctor Anthony Fauci, y ahora se emplea en el instituto público que ha desarrollado la vacuna contra el COVID-19, con Moderna. En esa época, Weissman planeaba desarrollar una vacuna para el SIDA, así que invitó a Karikó a trabajar con él, para intentarlo con el ARNm.
Cinco años más tarde, ambos investigadores se percataron de que, si cambiaban una sola letra en la secuencia genética del ARN, conseguirían evitar la inflamación, un antecedente citado por otros estudios. La doctora ha señalado: “Ese cambio de uridina a pseudouridina permitía que no se generase una respuesta inmune exagerada y, además, facilitaba la producción de proteína en grandes cantidades”.
Desafortunadamente, aunque sus técnicas representaron un gran avance en el manejo de ARNm, se toparon con un bloqueo y la Universidad de Pensilvania las cedió a la firma Cellscript, por 300 mil dólares.
Hacia la vacuna
La investigación llevada a cabo por la doctora Karikó ha sido el desarrollo de ARNm transcrito in vitro para terapias de proteínas.
El ARN mensajero se ubica en las células y contiene la información genética necesaria para la elaboración de proteínas; lleva esta información desde el ADN, en el núcleo de la célula, al citoplasma, donde se elaboran las proteínas.
La propuesta de la científica era usar las células del enfermo para que fabricaran la proteína que les curaría, inyectándoles un pequeño mensaje de ARN.
Bajo esta modalidad, cada dosis de vacuna contiene millones de nanopartículas, y cada una de éstas transporta 10 cadenas simples de ARN mensajero; éste, a su vez, traslada la información genética del ADN fuera del núcleo y comienza a seguir sus instrucciones para producir proteínas con una respuesta inmunitaria.
Bajo este esquema fue que Moderna y Pfizer/BioNTech recibieron fondos públicos para llevar a cabo la vacuna contra el COVID-19 en un tiempo récord, la cual ha conseguido una eficacia de hasta el 94 por ciento.
Otros más tras el ARN
Aunque hay expertos como Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, que reconocen el trabajo de Karikó y de Weissman, declarando incluso, que merecen obtener el Premio Nobel de Química, hay otros que tienen su propia opinión, ya que se consideran también pioneros en el manejo del ARNm para el desarrollo de vacunas.
El doctor Pierre Meulien, jefe de la Iniciativa de Medicinas Innovadoras, respaldada por la Unión Europea, ha señalado que su equipo del Instituto Nacional de Francia, en 1993, ya había elaborado un método para aplicar el ARN mensajero como terapia, pero desafortunadamente no pudo concretarse el proyecto, debido a la carencia de apoyo financiero.
Por su parte, el doctor David Curiel, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington, en San Luis, también ha compartido que su equipo había trabajado con la vacuna de ARN, a través del apoyo de los Institutos Nacionales de Salud, pero que la empresa Ambion les comunicó que ésta no tenía futuro.
Otro experto más es el inmunólogo Frederic Martinon, formado en la Universidad Pierre y Marie Curie, quien ha sugerido que su equipo también trabajó una vacuna con este enfoque, pero ésta sólo tenía efectos en algunos animales. Martinon reconoce que las vacunas presentaban dos obstáculos que parecían no tener solución; uno de ellos era que el ARNm podía provocar una potente inflamación derivada del sistema inmune, que asimilaba que el ARN introducido provenía de un virus, pero, además, no lograban generar suficiente proteína. La pregunta era ¿cómo una molécula más presente en el cuerpo que el ADN provocaba tal rechazo?
Afortunadamente para todos estos científicos, la doctora Karikó, quien actualmente tiene 65 años de edad y se dice satisfecha de que la apuesta que hiciera durante tanto tiempo resultara exitosa, promueve, en primer lugar, su apoyo a la ciencia, y con humildad, ha enfatizado, junto con el doctor Weissman, que merecer un Nobel sería injusto, pues, tras los resultados de esta vacuna, están los antecedentes de otros científicos, que, al igual que ella, trabajaron arduamente.
La experta no regresó a vivir a Hungría, aunque en enero pasado fue reconocida con el doctor honoris causa por la Universidad de Szeged. Actualmente se desempeña como vicepresidenta de BioNTech.
Reside en Filadelfia, Estados Unidos, y reconoce que, antes de llegar a Norteamérica, tuvo la oportunidad de emprender en España, para trabajar con el virólogo Luis Carrasco, o bien, para hacerlo en Francia; sin embargo, el sistema económico bajo que se manejaba su país no facilitaba ese tipo de acciones.
Ahora que cobran protagonismo las vacunas producidas con el subtipo ARN mensajero, la doctora Karikó, emocionada, ha exaltado el apoyo que debe darse a la ciencia, “pues nunca se sabe qué va a pasar”; y es que, en los últimos meses, las vacunas generadas bajo este esquema han demostrado una eficacia comprobada.
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