Este brutal evento puso fin a más de tres siglos de la dinastía Romanov, cambiando, para siempre, el curso de la historia rusa. El hecho se derivó tras años de descontento social, guerras y crisis económica, que llevaron al zar Nicolás II a abdicar en marzo de 1917.
A finales de 1917, los bolcheviques, liderados por Vladimir Lenin, tomaron el poder mediante la Revolución de Octubre, prometiendo paz, tierra y pan. En un inicio, los Romanov fueron puestos bajo arresto domiciliario y, luego, trasladados a Siberia. Finalmente, en mayo de 1918, fueron llevados a la Casa Ipatiev, en Ekaterimburgo.
La noche del 16 al 17 de julio de 1918, por órdenes del Sóviet Regional de los Urales, la familia fue despertada y llevada al sótano, bajo el pretexto de protegerla de la inminente amenaza de las fuerzas checoslovacas. Así, Nicolás II; su esposa, Alejandra Fiódorovna; sus hijas, Olga, Tatiana, María y Anastasia; y su hijo, Alexis, junto con sus sirvientes más leales, fueron ejecutados.
Para los bolcheviques, el hecho era un paso necesario para consolidar su poder y eliminar cualquier símbolo de la antigua autocracia. Internacionalmente, la noticia del asesinato causó horror y condena, pero las potencias extranjeras, exhaustas por la Primera Guerra Mundial y sus secuelas, no estaban en condiciones de intervenir.
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