Las primeras civilizaciones (persa, egipcia, fenicia, siria, griega, hindú, entre otras), que eran politeístas, cada una, por su parte, y de acuerdo a sus normas religiosas, tenían una celebración en común: el nacimiento de un dios solar en el período del 20 al 25 de diciembre, que coincide con el solsticio de invierno.
En la Antigua Roma, alrededor del año 217 a. C., se organizaban las fiestas Saturnales, en honor a Saturno, dios de la agricultura, que tenían lugar del 17 al 23 de diciembre. Durante esos siete días, se intercambiaban regalos, se hacían tertulias y se preparaban banquetes, en los cuales destacaba un pan redondo, hecho con una masa mezclada con higos, dátiles, miel y nueces, en cuyo interior se ocultaba una moneda de oro.
Posteriormente, poco antes del inicio de la Edad Media (s. V-XV), la religión judeocristiana adoptó esta práctica, ajustándola a sus creencias. A partir del año 354, se comenzó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre; mientras que la Epifanía, el 6 de enero, de acuerdo con lo narrado en los relatos bíblicos. Fue como parte de esta última festividad que se impuso la costumbre de comer un pan dulce ese día. Los primeros cristianos modificaron la forma de dicho pan por una rosca, que elaboraban con harina blanca, levadura y miel, y la adornaban con frutos deshidratados.
De esta forma, a medida que el cristianismo se extendía por Europa, la tradición se dio a conocer en varias regiones. En el siglo XIV, adquirió gran popularidad en Francia, con la llamada Galette des Rois, que era un pastel redondo, hecho con masa de hojaldre, relleno con crema de almendras. En su interior, se ocultaba un haba seca, y la persona que la encontrara se convertía en rey o reina durante todo el día. Años más tarde, el pastelero de Luis XV, rey de Francia, sustituyó la habichuela por una moneda de oro.
Una de las particularidades del intercambio comercial que hubo durante los viajes de exploración y conquista de la Edad Media en Europa y Asia, y posteriormente, en América, es que el ritual de la Rosca de Reyes se transformó según la influencia de cada cultura, conservándose de generación en generación hasta la actualidad.
En Francia, Bélgica, Suiza y la parte francófona de Canadá, por ejemplo, aún se mantiene la tradición de la Galette des Rois.
Por su parte, el croissant es uno de los productos de panadería más reconocidos y apreciados a nivel mundial. Aunque se asocia estrechamente con la gastronomía francesa, su origen es mucho más complejo y tiene raíces en Austria.
El croissant tiene sus raíces en Viena, Austria, donde, según la leyenda, los panaderos locales crearon un pan en forma de media luna para conmemorar la victoria de los vieneses sobre el ejército otomano, durante el sitio de Viena, en 1683. Este pan, conocido como kipferl, representaba el símbolo del Imperio otomano. En el siglo XVIII, la princesa María Antonieta de Austria, después de casarse con Luis XVI de Francia, llevó la tradición vienesa a la Corte francesa, donde los panaderos adaptaron la receta, dando como resultado la masa hojaldrada y dorada que, hoy, conocemos como croissant.
El 30 de enero se ha establecido como el Día del Croissant, una fecha para reconocer la importancia cultural y gastronómica de este pan, que ha cruzado fronteras y conquistado paladares alrededor del mundo. Aunque comenzó como una celebración en Francia, se ha extendido a otros países, donde las panaderías y cafés ofrecen promociones, degustaciones y actividades especiales para su conmemoración.
El evento pretende enaltecer el sabor del croissant, su influencia histórica y, también, su evolución a lo largo de los siglos. Aunque sus orígenes son vieneses, el croissant se ha convertido en un emblema de la panadería francesa y, con el tiempo, en un imperdible de la reposteria internacional. En Francia, es común disfrutarlo en el desayuno, acompañado de café o chocolate caliente, mientras que, en otros países, como Estados Unidos o en América Latina, el croissant se presenta en diversas versiones, tanto dulces como saladas.
La técnica de laminado, que consiste en alternar capas de masa y mantequilla, para conseguir una textura aireada y crujiente, es una clave para lograr el croissant perfecto. Esta meticulosa preparación exige paciencia y habilidad, y se ve reflejada en el resultado: una pieza con un delicado crujido por fuera y un interior suave y esponjoso.
Hoy en día, las panaderías artesanales siguen innovando con nuevos rellenos y versiones del croissant, desde las más clásicas, como el de almendras o chocolate, hasta las versiones saladas, con jamón y queso. Esta constante reinvención ha asegurado su lugar como un referente de la repostería moderna, sin dejar su lado tradicional.
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