(Primera parte)
La historia de México se ha sorbido en las cantinas, lo mismo que el desamor, las victorias y las derrotas. Estos lugares tienen un gran significado en la cultura mexicana, y los más antiguos de la ciudad son un pedazo de historia viva.
Las primeras regulaciones para la venta de licor datan de 1529 y son resultado de un intento de prohibición. Los conquistadores vieron una amenaza en el consumo de pulque y otras bebidas alcohólicas; y embriagarse, pronto, se volvió inaceptable, especialmente para el nuevo orden religioso, que era el principal promotor de esta prohibición. Desde luego, las medidas fueron rechazadas por indígenas, mestizos y criollos, quienes, sin importar su origen social, mantenían un gusto arraigado por el alcohol, que les hacía olvidar, un rato, sus penas.
Las cantinas, como las conocemos, fueron las encargadas de burlar la desaprobación del consumo de alcohol y generaron un nuevo lugar de interacción y convivencia. En el siglo XVII, se estableció otra de sus características principales: la venta de alimentos en forma de la famosa botana. Esta tradición perdura hasta nuestros días y fue creada con el objetivo de que los clientes no se emborracharan tan rápido.
Los lugares que enlistamos a continuación rebosan nostalgia, historia y sabor arrabalero; y como no queremos dejar fuera ninguna de las cantinas emblemáticas de la capital mexicana, en esta primera parte, empezaremos por las más antiguas, para terminar de nombrarlas en nuestra edición del mes de noviembre.
El Nivel
Fue la primera cantina en la Ciudad de México, con licencia para vender alcohol, desde 1857 hasta su clausura, en 2008. Algunos de sus clientes fueron Benito Juárez, Antonio López de Santa Anna, Luis Donaldo Colosio, José López Portillo, Carlos Monsiváis, entre otros. Como dato curioso, fue hasta 1982 cuando la barra se abrió también a las mujeres.
En 2008, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ganó la custodia completa del edificio donde se ubicaba, por lo que tuvo que ser cerrado este lugar con gran tradición en la capital.
La Peninsular
Hasta 2008, la cantina más antigua de la ciudad era un pequeño establecimiento en la calle de Moneda, frente a Palacio Nacional, que llevaba por nombre El Nivel. Siempre disputó su título con La Peninsular, ya que, aunque El Nivel fue inaugurado 15 años antes, ambos locales obtuvieron su licencia en 1872, mismo año en el que La Peninsular inició operaciones. Independientemente del debate, esta es, hoy, la cantina más antigua en actividad de la ciudad y conserva ecos de sus orígenes, en sus muros y en sus sabores. Es famosa porque fue escenario de la película El callejón de los milagros.
La Ópera
En 1876, las hermanas Boulangeot abrieron una chocolatería en San Juan de Letrán y avenida Juárez, para recibir a quienes salían de escuchar ópera en el Teatro Principal. Se encontraba en los terrenos del Exconvento de San Francisco, donde, actualmente, se levanta la Torre Latinoamericana; luego, se transformó en un bar y, en 1895, se trasladó a la calle 5 de Mayo y Filomeno Mata, para convertirse en la cantina que conocemos hoy en día como La Ópera. A pesar de los cambios, el lugar mantuvo un anexo en el que se ofrecía servicio de cafetería, para las mujeres que lo visitaban.
La Ópera convierte cada visita en un viaje en el tiempo; con su barra de caoba tallada en Nueva Orleans, la decoración afrancesada, con hoja de oro en los techos, así como los cubículos por los que desfilaron diversos personajes de la historia de México, como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez –quienes añadieron referencias de la cantina en sus textos–, Octavio Paz, Jacobo Zabludovsky, Diego Fernández de Ceballos y Fernando Botero, quien festejó su cumpleaños número 80, entre otros. En este lugar, Pancho Villa disparó su pistola, y la bala quedó incrustada en el techo. Fue inmortalizada en producciones cinematográficas del Cine de Oro mexicano, como Los de abajo (1939), con Emilio ‘El Indio’ Fernández; o La cucaracha (1959) y La generala (1970), con María Félix.
El pulpo a la gallega y los caracoles en chipotle son de lo más recomendable del establecimiento.
Bar Gante
Fue inaugurado a principios del siglo XX y, por mucho tiempo, fue la cantina consentida de políticos, escritores y periodistas. Dicen que Renato Leduc asistía con mucha frecuencia y que, en este lugar, le avisaron a Abelardo Rodríguez sobre su nominación para la presidencia de México. Es famoso por su sopa de pollo con huevo y los montados de carne tártara.
El Tío Pepe
En 1869, mucho antes de que se asentara el Barrio Chino de la ciudad, abrió el bar La Oriental, en la esquina de Dolores e Independencia. Años después, cambió su nombre a La Habana y, finalmente, en el siglo XX, se convirtió en El Tío Pepe, que tiene una antigua barra, que data de 1874. Pertenece a la gran época de esplendor económico mexicano, el Porfiriato. Para su tiempo, contaba con un avance tecnológico, que aún conserva: el timbre para llamar al mesero. Aquí, se han filmado escenas de películas y producciones de televisión, entre las cuales, están Sexo, Pudor y Lágrimas 2 y Luis Miguel, la serie.
Continuará…
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