El Paseo de la Reforma es una de las avenidas más importantes y emblemáticas de la Ciudad de México. En un principio, se llamó Paseo de la Emperatriz o Paseo del Emperador, pues su trazo fue una encomienda de Maximiliano de Habsburgo, durante el segundo Imperio Mexicano, en el siglo XIX.
Empieza en Chapultepec, sigue por la Zona Rosa y termina muy cerca del zócalo capitalino, en Avenida Juárez y Francisco I. Madero. Adicionalmente, se realizaron algunas extensiones, hacia Tlatelolco y rumbo a Santa Fe.
Hoy en día, a lo largo de los 12 kilómetros de esta vialidad, hay nueve glorietas, excluyendo la del Caballito, la de la Diana Cazadora original y las pequeñas del tramo de Lomas de Chapultepec. Sin embargo, entre 1964 y 1974, poseía 12, sin contar la de Peralvillo, la cual es el punto de partida de la Calzada de Guadalupe.
La primera de ellas –que ya no existe– fue sobre la que posó la estatua de Carlos IV durante un tiempo: el famoso ‘Caballito’, de Manuel Tolsá, instalado en 1852, para marcar el inicio del Paseo de Bucareli, también llamado Paseo Nuevo, que tenía otras dos glorietas; cada una de ellas, adornada con una bella fuente.
Glorieta del Caballito
La que conocimos, por muchos años, como la ‘glorieta del Caballito’, en un principio, fue colocada en el zócalo de la ciudad, pero, tras la guerra de Independencia, por decisión de Mariano Arista, fue movida al claustro de la Universidad, entonces situado donde actualmente se encuentra la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El ‘Caballito’ marcaba el principio del Paseo de Bucareli –por ello, alineado en esa dirección– y, después, del Paseo de la Reforma.
La proclamación, en 1788, de Carlos IV como nuevo rey de España dio lugar a que don Ignacio Costera y don Bernardo Bonavía hicieran la propuesta, al virrey de Revillagigedo, de erigir dos estatuas ecuestres, en honor tanto del nuevo rey como de su antecesor, Carlos III. No obstante, por falta de recursos, solamente pudo construirse una de ellas, Ia de Carlos IV. Ésta fue colocada en la Plaza Mayor, sobre un pedestal de mármol, pero, por el material usado, tuvo una corta duración, y al cabo de dos años, se encontraba casi destruida.
En 1794, el nuevo virrey de la Nueva España, don Miguel de Ia Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, envió una carta al rey Carlos IV, solicitando que, en Ia Plaza Mayor de México, se erigiera una nueva estatua ecuestre, hecha de bronce, para sustituir a Ia anterior. Luego, nombró a Manuel Tolsá como coordinador de la obra y a Juan Antonio González Velázquez como trazador de los planos de la plaza donde se colocaría la obra; ambos hombres pertenecían a la Real Academia de San Carlos, siendo el primero el director de escultura, y el segundo, el director general.
Para mediados de 1796, Tolsá inició los trabajos artísticos, pero no pudo reunir los 600 quintales (un quintal equivale a 46 kilogramos, es decir, 27.6 toneladas) de metal necesarios para Ia fundición. Así que suspendió la obra y recurrió a una solución alterna: construir provisionalmente una escultura tallada en madera y estuco, recubierta con hojas de oro, mientras se obtenía el metal requerido. Para reunir el dinero para comprar el material faltante, el virrey organizó corridas de toros y logró el apoyo de varias instituciones.
La enorme pieza, finalmente, se pudo terminar el 19 de noviembre de 1803. Está hecha con una aleación de cobre, plomo, zinc y estaño, con una estructura interna de acero; mide 4.88 metros de altura, 1.73 metros de ancho y 5.04 metros de largo, con un peso de casi seis toneladas.
Aunque era considerada una obra de arte, el hecho de que la pata trasera derecha del caballo aplastara al águila y al carcaj de las flechas, simbolizando la destrucción del Imperio azteca, no fue del agrado de todos y rechazaban que la escultura hubiera sido colocada en la Plaza Mayor.
En 1821, con la entrada triunfante del Ejército Trigarante, a la Ciudad de México, encabezado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, la obra tuvo que ser ocultada durante casi un año y medio, para evitar su destrucción. Guadalupe Victoria, primer presidente de la República, propuso que fuera fundida y que el material se usara para acuñar monedas. Lucas Alamán, entonces ministro de Relaciones Interiores y Exteriores del nuevo gobierno, sugirió que se conservara y se trasladara a un sitio donde no estuviera a la vista del público.
Así, la escultura fue llevada al claustro de la Pontificia y Nacional Universidad de México (nombre recibido después de la Independencia) y se colocó en el centro de patio principal, sobre una base rectangular de bajo peralte, rodeada por una reja metálica, de, aproximadamente, un metro y medio de altura.
No obstante, antes de moverla, buscaron la manera de eliminar, con cincel y martillo, el águila y el carcaj que aplastaba la pata del caballo, y así evitar el motivo principal del rechazo social, pero este último elemento no pudo retirarse debido a que era necesario para dar soporte a la escultura.
Sin embargo, el modelo original de Tolsá, en cera, para la obra final de bronce, no tiene ningún águila bajo la pata y muestra solamente el carcaj, lo que sugiere que, tal vez, dicha ave sólo existió en la primera escultura que fue de madera.
Años después, el Ayuntamiento de la ciudad contrató a un arquitecto, para que, en mayo de 1823, bajara la estatua de su pedestal y la transportara hasta su nueva morada.
En 1852, durante el período presidencial de Mariano Arista, el alcalde de la ciudad, don Miguel Lerdo de Tejada, propuso que la obra se colocara en la que, en ese momento, era la primera glorieta e inicio del Paseo de Bucareli, que estaba en proceso de remodelación –aunque, antes de ella y contemporánea a la de la Libertad, estuvo allí la Fuente de Victoria, construida en honor del General Guadalupe Victoria–. La escultura del 'Caballito' permaneció en dicho sitio desde septiembre de 1852, hasta mayo de 1979, cuando fue trasladada a su sitio actual, en la calle de Tacuba, en la Plaza de Manuel Tolsá, enfrente del Palacio de Minería, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Carlos IV, que fue el rey de España entre 1788 y 1808, no tuvo ningún significado en la historia de nuestro país, y la única razón por la que se ha conservado su escultura es por el valor artístico que tiene. Ésta muestra al monarca, representado como emperador romano, coronado con laureles, montando un caballo al paso y portando un cetro en su mano derecha, mientras que, en la izquierda, lleva las bridas. Tiene una perfecta proporción entre el jinete y el corcel (para el cual se tomó como modelo al maravilloso ejemplar llamado Tambor, que perteneció al marqués del Jaral del Berrio), lo que es difícil en este tipo de obras.
El pedestal se ubica sobre una plataforma metálica rectangular escalonada y se compone de tres cuerpos que conforman un volumen prismático, con acabado de sillares de corte rectangular, dispuestos en hiladas horizontales, con revestimiento de material pétreo. En tres de sus caras, se encuentran tres placas, con inscripciones referentes al autor de la escultura, la fecha de su fundición, la fecha de colocación en la Plaza Mayor de México, sus diferentes ubicaciones y el traslado de 1979.
Nuevo Caballito
El cruce de Paseo de la Reforma y las avenidas Juárez y Bucareli forman parte del Primer Cuadro de la Ciudad de México; este punto es conocido como la Glorieta del Caballito, donde estuvo la estatua alguna vez. Con el paso del tiempo, llegó el ‘nuevo Caballito’, y aunque no se encuentra dentro de la rotonda, a ésta se le sigue diciendo así.
Es una escultura de tipo modernista, hecha con placas de acero recubierto con esmalte acrílico, de 28 metros de altura, por 10 de diámetro, del escultor chihuahuense Sebastián, cuyo nombre real es Enrique Carbajal González. Fue inaugurada el 15 de enero de 1992, con el fin de sustituir al ‘Caballito’ de Manuel Tolsá y ser una chimenea de vapores del drenaje profundo.
Y es que, ante el desarrollo acelerado de la Ciudad de México, se creó un alcantarillado que requería de un respiradero, pero que no afectara la imagen del Paseo del Reforma. Max Hadad, dueño del edificio conocido como ‘El Caballito’, quería una estructura cilíndrica amplia para disipar los vapores, para lo cual, hizo el encargo al escultor Sebastián, quien solucionó el problema visual con dicha obra de arte.
No se pierda la próxima edición, en la que continuaremos con nuestro fantástico recorrido por las glorietas del Paseo de la Reforma.
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