Durante sus últimos años de vida, el pintor francés Claude Oscar Monet (1840-1926) construyó un impresionante jardín en su casa de Giverny, en el que cultivaba exóticos nenúfares importados de Japón. Para conservarlos en buen estado, elevó la temperatura del agua del estanque, instalando presas, lo que provocó el enojo de sus vecinos, pues temían que las aguas se ensuciaran o envenenaran debido a las raras plantas.
Los nenúfares se convirtieron en una obsesión para el artista, quien, por casi tres décadas, se dedicó a pintar numerosas piezas en torno a ellos, no obstante sus problemas visuales a causa de cataratas. Así, las obras se caracterizaron por sus diversas tonalidades, que ilustraban una especie de paso del tiempo entre una y otra.
En total, la serie de los nenúfares alcanzó poco más de 250 piezas, y la terminó a escaso tiempo de morir, una época en la que el impresionismo ya había alcanzado gran reconocimiento, pero, también, comenzaba a ser eclipsado por otras corrientes como el expresionismo, el fauvismo y el cubismo; de esta manera, la colección no obtuvo la atención merecida.
Con el paso del tiempo, esta obra, que, por cierto, se halla distribuida por todo el mundo, ha sido objeto de análisis hechos por expertos pictóricos, para determinar el tiempo, el espacio y los motivos de dicha creación. Algunas de sus piezas más destacadas se encuentran en el Museo de la Orangerie en el Jardín de las Tullerías, ubicado en París.
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