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Foto del escritorRedacción Relax

Sor Juana Inés de la Cruz, apasionada del saber



Adelantada a su tiempo y visionaria, era Sor Juana Inés de la Cruz, quien enalteció las letras durante el Siglo de Oro de la literatura en español, cultivó la palabra y fue ejemplo de una enorme sed de conocimiento, una mujer que hizo de las paredes de un convento, los horizontes para inspirarse y hacer poesía, teatro y opúsculos filosóficos, y de sus libros, sus fieles compañeros, grandes testigos, y que, con su ejemplo, abriría la puerta del conocimiento a las mujeres; por ello, a 325 años de su aniversario luctuoso, la evocamos en este espacio.

Sus abuelos Pedro Ramírez de Santillana y Beatriz Rendón provenían de Sanlúcar de Barrameda, en Andalucía, y se asentaron primero en Huichapan, para más tarde quedarse en Yecapixtla, un pueblo de Morelos. Entre los 11 hijos que procrearon estaba Isabel, su madre, quien conocería al capitán Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, de origen vasco, y se enamoraría de él.

La pareja tendría tres hijas, María, Josefa María y Juana Inés, pero al pasar el tiempo, la relación terminaría con el abandono de Pedro. Posteriormente, Isabel se unía al capitán Diego Ruiz Lozano, con quien tendría tres hijos más, Diego, Antonia e Inés, quienes pasaron a ser medios hermanos de Juana Inés.

Los datos de su nacimiento refieren que sucedió el 12 de noviembre de 1651 en Nepantla, estado de México, en tanto otros biógrafos sostienen que fue en 1648 y que vivió sus primeros años en Amecameca.

Siendo una niña tan observadora y precoz para asimilar su entorno, a los tres años de edad ya sabía leer. Al respecto de ello, Carmen López Portillo, rectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana, contaba a un medio de comunicación que, Juana Inés fue tras su hermana y mintió a la maestra: “dice mi mamá que me enseñe a leer”, y por ello, muy pronto desarrolló esta habilidad, lo cual le abrió la puerta del conocimiento.

La niña fue creciendo entre las visitas a la hacienda de Nepantla y a la de Panoaya, ésta, propiedad de su abuelo, donde en la biblioteca devoraba los libros, a la vez que sembraba maíz, trigo y ayudaba en la crianza del ganado. En cuestión de la escritura, se preparaba de forma autodidacta, escribiendo Loa al Santísimo Sacramento, a los ocho años de edad, con el cual resultó ganadora en un concurso convocado por la parroquia de Amecameca. Este quehacer le llevó a ser enviada a la capital, pues se acostumbraba en esa época, que quien destacara en los círculos sociales, ocuparía un lugar dentro de la corte virreinal.

Una versión de su biografía expone que, en la ciudad, Juana Inés fue recibida en el hogar de su tía María Ramírez, donde aprendió tareas de mujeres, pero también recibió 20 lecciones de gramática latina con el bachiller Martín Olivas, que fueron pagadas por su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda.

Con estas circunstancias, la adolescente pasó a formar parte de la corte de los marqueses de Mancera, con el título de “muy querida de la señora Virreina”. Su facilidad para hacer coplas y poemas era admirada por todos.

En ese tiempo, vislumbró estudiar en la universidad, una condición destinada a los hombres, por lo que, sin vocación para el matrimonio, como lo supo reconocer, y la posibilidad de seguir aprendiendo, con casi 16 años, en agosto de 1667 ingresaría al convento de San José de las Carmelitas Descalzas, aunque tres meses después lo dejó debido a la rigidez de sus reglas.

Matrimonio o convento

Existía mayor libertad en el monasterio para seguir aprendiendo que en el matrimonio, por ello después de un tiempo, Juana Inés regresó a esa vida, y es que, aunque existía la sospecha de que esta inclinación era provocada por alguna decepción amorosa, o bien, por el hecho de que, al saberse hija de una unión ilegítima, no tenía una dote que ofrecer, en el caso de contraer matrimonio; sin embargo, ella nunca lo confirmaría.

Era el 24 de febrero de 1669, cuando emitía sus votos en el convento de San Jerónimo, ante la sorpresa de la gente, y no es que estuviera plenamente convencida de profesar una fe, sin embargo, su visión del mundo, le inclinaba a ser diferente a lo que veía, su razón de ser estaba en su intelecto.

Observación, análisis y enfoque fueron sus mayores armas; y es que creía firmemente que una cabeza tan desprovista de ideas, no podía estar provista de belleza, en referencia a la cabellera de las mujeres. Como si hubiera estado presente en aquella época, Romano López explica que, cierta ocasión, una de las prioras del convento se enojó con Sor Juana y le prohíbe leer y consultar los libros como sanción, así que mientras se solucionaba el incidente, ella meditó y decidió prescindir de los libros por un tiempo y preguntarse y conocer otras cosas más, basándose en la observación.

De ahí la filosofía que hacía en la cocina, preguntándose, por ejemplo, ¿por qué ciertos ingredientes se mezclan con otros?, o bien, en otros contextos, ¿por qué el río fluye en cierta dirección?, etcétera, así que era una gran observadora que analizaba todo y lo relacionaba.

Durante los 27 años que Sor Juana vivió en San Jerónimo, ocupó el cargo de administradora del convento y resultó muy hábil para el manejo de recursos, lo que derivó en mejoras hechas al lugar, pero también se involucró en otros campos del conocimiento, como la música, sobre la cual analizó la relación que guardaba con las matemáticas; la historia, la teología, la pintura y la astronomía. A saber, el convento era un mundo aparte, pero que ofrecía todas esas posibilidades.

Sin adentrarnos en los motivos de su acallamiento, propiciado en parte por la confrontación provocada por la Carta Atenagórica (1690), donde cuestionaba el sermón del sacerdote Antonio Vieyra, que generó la hostilidad de teólogos novohispanos y que culminó con la sentencia de que se deshiciera de sus libros, y dejara de publicar más escritos, Sor Juana Inés fue acusada de herejía y desacato, y quizá condenada al silencio.

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana nunca salió de ese lugar, pues el 17 de abril de 1695, debido a la peste que azotaba a la Nueva España, falleció a los 44 años de edad, siendo sepultada ahí, con sus hermanas religiosas, y en el lugar donde floreció su pensamiento.


En 1668, pudo sorprender con su inteligencia a los 40 hombres más sabios de la Nueva España, convocados por el marqués de Mancera, quien los invitó con el afán de que interrogaran a Juana Inés acerca de los temas en los que eran expertos.
En marzo de 2019, la Unesco reconoció como Memoria del Mundo al acervo bibliográfico de Sor Juana Inés de la Cruz: patrimonio impreso de los siglos XVII al XXI, de la Universidad del Claustro de Sor Juana A. C., de esta manera, la obra documental de la escritora pasa a ser protegida y difundida para ser de fácil acceso a investigadores, y además es reconocida su importancia como legado histórico y cultural.
Hay versiones que sostienen que la unión de sus padres no era legítima, y que debido a ello a la poetisa se le conoce con el apellido de su abuelo materno: Ramírez de Santillana. No obstante, al ingresar al convento, sus apellidos se asientan como Asbaje y Ramírez.

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