Como uno de los escritores determinantes para el teatro moderno estadounidense, Tennessee Williams (1911-1983) resalta por el conjunto de su obra autoficcional que obtuvo el éxito a través del escenario de Broadway y las adaptaciones de Hollywood, mismas que han inspirado, conformado y actualizado a las historias dramáticas que hoy en día preservan los ecos de su voz embriagadora. Una voz que sintió la gloria, pero que en él producía más catástrofe que menguaba el anhelado alivio.
Así, la literatura representó un refugio, una huida constante de la realidad, de sus pensamientos y en especial de sus desvelos. Atormentado por ese instante en el cual todo se rompe, quizá cuando aún no se tiene la tranquilidad de una compañía, quizá cuando aún teniéndola sigue surgiendo la soledad, Williams trasladaba en su poesía, desarrollada en cuentos y más tarde, consumada en actos teatrales, todo cuanto experimentaba al vivir en un repetitivo abandono, visto como una sensación que se evoca a pesar del tormento que pueda traer aquel primer recuerdo que se tiene de ello y que será repetido, una y otra vez, como un delirio que no sólo se soporta, sino que reincidía en la existencia del autor, a veces como alusión y muchas otras más como acciones que él también cometió.
El éxtasis que lo alejó de ese taciturno infierno, logrado con la liberación de sus pasiones, resueltas entre letras que reflejaban los encuentros fortuitos a los que estaba acostumbrado su insaciable y antes reprimido deseo, permitió que tocara la cordura, aunque en realidad ésta fuera una caótica locura que para él funcionaba mejor que seguir en el silencio, pero no en un sentido de anonimato literario, sino en cualidad de secreto, de reservar para sí todo, hasta a sí mismo, por ende, de apagarse. Suena lógico pensarlo como una llama que o se consume o se aviva.
Entonces, encerrarse no resultó una opción, ni lo es para nadie, mas sí lo fue hallar el sitio que permitiera desbordar cada pequeña chispa que lo formaba. Explosiones e incendios encarnados en vida y en su trayectoria lírica fueron los resultados, los que en cualquiera producirían un suave deleite, en Tennessee Williams implicaron que su pasado se volviera presente y por tanto futuro.
Vivir atrapado en un tiempo que en lugar de avanzar te hace retroceder paso a paso, lleva de igual forma al abismo que se quería evadir y entre el cual se buscaba salida. En vez de luz, oscuridad.
La incomprensión, la culpabilidad, la frustración y la pérdida, particularmente de la memoria de su hermana, son temas recurrentes que personificaron a los demonios ocultos de sus escritos y de sus noches.
Vivir a diario frente al precipicio, en una época que además de compleja poseía circunstancias nada prometedoras para olvidar el enfrentamiento interno que, por el contrario, estaba acompañado por la oposición y el desencanto, borró en Williams la ligera distancia que hay entre vida y muerte, realidad y ficción.
Al final, sólo quedaba observar ese borroso color fluorescente que representaba la ciudad, enmarcada a través de la ventana de su habitación. Un color inalcanzable, intangible y cada vez más lejano, figuraba a la felicidad que permanecía intocable y diluida por un brillo que perdía luminiscencia, fuerza, sentido y quietud, hasta terminar rodeado por tinieblas y desolación, que apagaron cualquier mínimo intento por salvarse.
En total penumbra, ciego ante el fuerte recuerdo de ese mundo hecho de cristal en el que describió a su hermana, Tennessee Williams notó que él también vivía en un lugar igual de frágil. Su historia cristalina no es otra más que la de algún personaje atrapado en sus libros.
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